Un llamado de obediencia y sumisión
Si Dios llamara mi nombre dos veces como lo hizo con Moisés en este pasaje, sin duda que yo caería como Juan, rendida a sus pies, temblando.
El corazón de Moisés estaba tan preparado por Dios, que éste no dudó en decir
<Heme aquí>.
Los 40 años qué pasó Moisés en el desierto pastoreando ovejas lo enseñó a ser devoto a su labor, obediente a su suegro, sumiso y sobre todo paciente con las ovejas, desconociendo que Dios los llamaría a pastorear Sus ovejas, el pueblo de Dios.
La obediencia de Moisés fue inmediata, no cuestionamientos, no dudas, solo una aclaración: ¿quién les digo que me mando? fue su única pregunta.
Moisés conoció a Dios, conoció su santidad y Dios lo hizo santo delante de ÉL.
Así somos recibidos cuando Dios nos llama a su Reino Santo. Cuando escuchamos nuestro nombre de la boca de Dios y llegamos a Su presencia, nos tenemos que quitar los zapatos, nuestras cargas, el viejo hombre , porque Dios nos ha traído a su lugar santísimo y nos ha vestido de santidad.
-.Heme aquí, Señor, hágase tu voluntad en mi, esa debería ser nuestra respuesta, un llamado de sumisión y obediencia al igual que Moisés.
Debemos estar con los ojos y los oídos bien abiertos, siempre esperando ver la gloria de Dios, porque al igual que Moisés fue bendecido por su obediencia, nosotros también recibiremos por obediencia, devoción y sumisión la bendición de nuestro Dios Altísimo,
“El GRAN YO SOY”
Éxodo 3:1-15
al Servicio y la voluntad de mi Señor
Lecy Villaparedes
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