La importancia del perdón



La importancia del perdón

Caminamos en la vida con una espina clavada en el corazón, muchas veces es una daga; fuimos ofendidos o, a alguien ofendimos, somos atropellados o vamos atropellando a otros.

Cada vez que nos movemos hacia algo mejor en nuestra vida, la espina clavada en el corazón por aquella falta, reaviva el dolor (los recuerdos), frenando nuestro avance, muchas veces hasta nos paraliza; tanto el ofendido como el ofensor están atados.

La Esclavitud:

El no perdonar o pedir perdón, es esclavitud; escuchamos, -¿cómo lo/la voy a perdonar después de lo que me hizo? _ Vivimos esclavos de los recuerdos dañinos, esos que intoxican el alma, esos recuerdos que nos atan al pasado y tratamos de disolver o cambiar una situación que solo quedó en nuestra mente; como atada a nuestro pie, una piedra pesada, y la arrastramos en todo nuestro andar por la vida, y cuándo vemos nuestro pie lacerado, sentimos esa inyección de dolor recorriendo nuestro ser una vez más.

La Liberación:

El Señor Jesucristo dijo en Mateo 16:19, todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.

También hemos escuchado, -Si lo/la perdono va a andar por ahí como si nada pasó-, sin darnos cuenta de que los presos, los esclavos y condenados a la amargura del corazón, somos nosotros mismos.

Cuando perdonamos a nuestro ofensor con el corazón, sin formalismos, llega la liberación a nuestra vida, somos al fin libres. No necesitamos ir a buscar al ofensor y verlo cara a cara, solo necesitamos abrir nuestro corazón, dejar que nuestra alma libere el dolor, tomarlo entre las manos mirarlo fijamente y decir, Te perdono, perdono tu ofensa, perdono tu agresión, no me lastimarás más, espero que encuentres (a tu ofensor) el perdón de Dios para tu vida. Volverá la luz a tu vida, tu alma dejará la prisión a la que estaba sometida, tu rostro volverá a brillar y caminaras libre.                                                                                        

Ahora se entienden las palabras del Señor Jesucristo, soy libre aquí en la tierra y soy libre allá en los cielos.

El Señor Jesucristo padeció en manos de sus agresores (nosotros todos), lo escupieron, lo golpearon, lo azotaron con látigos y con grillos, su piel fue desgarrada, le pusieron una corona de espinas, esa misma que llevamos tú y yo en el corazón, cargó nuestros dolores, pagó por nuestra rebelión, el castigo de nuestra paz, fue sobre ÉL, llevó nuestras enfermedades, nuestra cuenta de pecados, toda la pagó el Señor, y por si fuera poco, lo clavamos en una cruz.                                                                                                                     Ni aun así, el Señor Jesucristo no nos buscó para condenarnos ni acusarnos por nuestra agresión, todo lo contrario, colgado en la cruz, en medio de su infinito dolor, sin gritar ni quejarse pronuncio las palabras que a todos nosotros nos cuenta tanto pronunciar; "-Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".

El Señor Jesucristo nos liberó, desató las ataduras, quitó las piedras pesadas para que nosotros pudiéramos entrar al cielo, desató las cadenas que nos ataban aquí y ahora somos libres aquí en la tierra y allá arriba en los cielos.


Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones, 
también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros
Mateo 6:14


Soportándoos unos a otros y perdonándoos unos a otros,
 si alguno tiene queja contra otro; 
como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.
Colosenses 3:13



Lecy Villaparedes
al servicio y la voluntad de mi Señor

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